martes, 19 de agosto de 2014

40 aniversario de bodas de Boris y Conchita








Ella
Nació del rapto de Juana una niña de catorce años en el
valle del mezquital, Hidalgo.
Serafín, su padre, se las llevó a las montañas en donde nacieron
dos hermanos suyos más.
Su infancia –como la de muchos niños mexicanos- transcurrió
entre la pobreza, el hambre y el infortunio. Su madre tuvo a lo largo de su
vida catorce hijos, algunos vivieron, otros no.
Ella supo desde pequeña que tenía que buscar su lugar, que
no quería casarse para no repetir la historia. Quería ayudar al mundo y la
única opción para una chica sin muchos recursos fue la iglesia.
Mi madre fue once años religiosa. Supo de ahí la verdad sobre
el bien y el mal.
Después de muchos votos temporales, tenía que tomar la
decisión de aceptar el voto perpetuo y pensó que la verdad en ese lugar no era
la que había imaginado.
Dejó los hábitos y viajó del convento en Tierra Blanca,
Veracruz a la Ciudad de México en donde vivía la abuela Juana con su nuevo
marido y cuatro hermanos más.
Se fue bajo amenaza de ser candidata ideal a solterona, con
veintinueve años encima y sin saber mucho de la vida allá afuera, caminó de
nueva cuenta pensando que quizá tener una familia y una casa no le parecían una
mala idea.
Él
La abuela Consuelo era tapatía, bellísima y brava como las
de esa tierra. Cuando conoció a Ernesto, un electricista,  llevaba consigo a tres hijos mayores y junto a
él tuvo dos chicos y dos chicas.
La niñez de mi padre transcurrió entre las calles pedregosas
de Santa Úrsula Coapa en la Ciudad de México. Tampoco había mucho qué comer, y
él se ganaba algunos pesos acarreando agua.
Su infancia fue como la de muchos niños de barrio, entre las
historias cotidianas que crecieron junto a los compañeros de cuadra.
Le hubiera gustado ser futbolista y nos cuenta que nunca
pensó que terminaría una carrera profesional.

Cuando los caminos se cruzaron…
Conchita volvía a la casa de la abuela Juana que vivía por
el estadio Azteca, la alentaba que estaría Mary ahí, la hermana que siempre….siempre
la había seguido aún al convento y Beto, su hermano que de pequeño la abuela había
encomendado al cuidado de unos parientes lejanos y cuando se lo devolvieron
tenía tuberculosis, era luminoso y aun atado a una cama y a un tanque de
oxígeno se ganaba la vida reparando cosas desde su cama.
Mi padre vivía enfrente y visitaba con los de su pandilla al
tío Beto a su cama donde jugaban alguna partida y bromeaban, para entonces estudiaba
en la facultad de economía de la Universidad Autónoma de México, eran los finales
de los sesenta, no había forma de que mi padre escapara de ser un marxista.
En algún momento comenzaron a platicar en el pasillo, mi
madre nos contaba que a ella sí le gustaba, pero que pensaba que no había
oportunidad, porque al terminar de conversar, él entraba a su casa, se ponía su
chamarra y se iba a ver a la novia.
Así que ella aceptó a un pretendiente cualquiera y cuando vino
el reclamo, ella desconcertada dijo que no entendía el por qué si él tenía
novia.
-Ah ¿es por eso? contestó él y enseguida volaron las cabezas
de los otros y comenzó su historia.
Dice mi madre que entonces se hablaban de usted.
En algún momento, sin que hubiera pasado mucho tiempo, la
historia llegó a oídos de los demás, pero no todos podían ver con buenos ojos
estos encuentros.
Tiempo atrás, la historia de las familias se había
entrelazado por cuestiones territoriales y su encuentro no había sido para nada
favorable. Eran vecinos, pero sus desencuentros eran frecuentes, incluso las
citas al juzgado era el pan de cada día.
Cuando la abuela Consuelo se enteró del conato de idilio fue
a hablar con la abuela Juana a exigirle que promoviera que esa relación no
continuara por el bien de todos.
Así que a mi madre le fue solicitado no complicar ya más la
tensa historia familiar, ella educada por largos años a obedecer, concedió en
terminar la relación, pero cuando se la comunicó a mi padre, no sólo no lo
aceptó sino que tomó un camino no previsto por la abuela Consuelo.
En secreto con sólo tres meses de noviazgo decidieron
casarse.
La tía Mary corrió aquella mañana  a conseguirle un vestido color zanahoria a su
hermana mayor  y unas zapatillas a juego,
no iría casi nadie de las familias, pero la decisión estaba tomada.
Cuando mi madre bajaba las escaleras para irse al registro
encontró al novio sujetando la puerta de su casa, quiso saber las razones, pero
él le pidió que se adelantara al registro civil y que pronto llegaría.
Lo que mi madre no sabía es que en ese momento la abuela
Consuelo que ya se había enterado,  con
pistola en mano -según una versión-, quería salir a matar a mi madre.
Pero nada, ni ella ni nadie lo impidió y así un 19 de agosto
de 1974, Ernesto y Conchita se casaron. Ella tenía 29 y él 21 años.
Los comienzos no fueron fáciles a mi padre le faltaban
algunos semestres para terminar la universidad, así que compartió el tiempo
entre el trabajo y la escuela.
Y a los exactamente nueve meses cuando nací yo, también con
sus labores de padre.
Conmigo en brazos buscó la reconciliación con mi abuela
Consuelo que no encontró. Las rencillas familiares se recrudecieron y mi padre
tomó una de las decisiones más sabias, puso tierra de por medio y nos alejó de
todo aquello.
Aceptó un trabajo a mil kilómetros de ahí, en una tierra
lejana y selvática, Chiapas.
Le dijo a mi madre que se iría él primero y cuando
consiguiera alquilar una casa lo alcanzaríamos. Para entonces éramos ya cuatro,
la pequeña Paty llegó a nuestras vidas un 16 de agosto de 1978, era güerita, chapeada
y risueña.
Mi madre no aceptó y dijo que éramos una familia en las
buenas y las malas, así que partimos con dos cajitas de cartón en donde habían
sólo cuatro platos, cuatro vasos y cuatro cucharas, pero todo el amor del
mundo.
Yo no conozco de abandono, nunca lo supe. Ernesto se
convirtió en mi Boris, Conchita en mi princesa y mi hermana en la truchita.
Fuimos cuatro, sólo cuatro durante muchos años en que
estuvimos solos, pero sin recibir las descargas de lo que ellos habían decidido
no heredarnos. En una especie de autoexilio gozoso.
Mi padre condescendió un poco de su marxismo y acompañaba a
mi madre los domingos a misa, aunque hicieron huella las largas noches que en
Ocosingo pasábamos a la luz de las velas hablando sobre historia, sobre
política y economía, mientras mi padre nos explicaba cómo funcionaba el mundo,
así que un día ella dijo que la idea de dios se lleva por dentro y se demuestra
por actos.
 Y todos dejamos de ir
a misa.
Yo no soy religiosa, pero he aprendido del amor, la verdad y
la buena voluntad no por dicho sino por hecho y ejemplo. Ellos son mi religión.
He sido educada por dos seres humanos que son antes que
Boris y Conchita, antes que marxista y monja, antes que todo, padres y a ello
han dedicado su vida.
Tengo el recuerdo de verlos siempre  a lado de mi cama, media noche uno y media
noche el otro, en las vigilas en que el asma no me dejaba dormir.
La imagen de mi padre llorando por dejarme enferma y tener
que irse a la selva por varios días a ganarse el dinero para las medicinas.
La truchita y yo crecimos y somos lo que somos gracias a
ellos y cuando tenemos diferencias nos acordamos que de pequeñas mi madre no
nos levantaba el castigo hasta que hiciéramos las paces, y recordáramos que
antes que todo y encima de todo éramos hermanas.
Hoy hace cuarenta años dieron el sí, el SÍ QUIERO por
el que afortunadamente estamos hoy la truchita y yo en este mundo.
Infinitas gracias desde el fondo del corazón, deben tener la
completa seguridad de que han hecho un papel maravilloso, que la familia que
nos dieron, el ejemplo y el hogar fue el mejor.
Ahora ya no somos sólo cuatro, hace unos días la truchita,
mi querido cuñado Iván y mi sobrino Santiago, hicieron un homenaje a esta unión
y yo con nada puedo pagar el enorme esfuerzo por hacerlo solos.
Yo estoy viviendo muy lejos ahora y no pude estar en persona
aunque me hicieron sentir presente de todas las formas, como siempre infinitas
gracias.
A la distancia sepan que los celebro, que los pienso, que
caminan junto a mí y que siempre están en cada rincón que habito.
Así que a 40 años de ese mágico SÍ, celebramos la vida, el
amor, la familia, la salud, la dicha y la oportunidad de seguir contando días.


Gracias y felicidades Boris y Conchita por cuarenta años de
matrimonio.

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