martes, 16 de septiembre de 2014

Una historia de amor. Primera parte.

Hoy hace seis meses que le dije a Luis que sí…que tomaba la decisión consciente de caminar juntos, era un 16 de marzo y estábamos en Cáceres, viajando por Extremadura, pero nuestra historia no comenzó ahí…

Lo primero de nosotros que se encontró fueron nuestras letras…

Desde que llegué a España me inscribí a las páginas de internet para conocer gente, -había que divertirse un poco en medio de laboriosas actividades académicas-, uno puede en estos medios pasarse mucho tiempo aprendiendo cosas, entendiendo las dinámicas de la virtualidad; somos como habitantes de una pecera, los habemos -como en la vida real-, de todas las formas, tamaños y colores, con todas las diversas, extrañas e interesantes intenciones.

 Mi premisa era sencilla: si alguien como yo está aquí, habrá otro loco y desadaptado buscando…

Aprender a nadar en estas aguas tenía que ver con buscar las formas más propicias para no ser comida de tiburones o convertirse de un día para otro en cardumen, había que sortear muchas rémoras y aprender a aguzar la vista ante la posibilidad de encontrar tesoros escondidos entre las algas… 

Había para entonces organizado algunas estrategias para sortear a las rémoras y cuando alguien me abordaba soltaba una retórica pregunta trampa, dependiendo de la respuesta aquello podía avanzar o morir ahí mismo.

Un día de mediados de octubre del año pasado un duende me abordó, sorteó muy bien la prueba y poco a poquito, de manera sigilosa, tenue, juguetona se fue acomodando en mi cotidianidad. 

Platicamos durante muchas noches, me parecía agudo en sus apreciaciones, pero frecuentemente deslenguado, es como si no tuviera sensores de lo propio o impropio, pero siempre su inteligencia superaba a su desconocimiento de lo políticamente correcto, era como estar hablando con un niño ajeno a los convencionalismos.
Un día me dijo: ¿sabes que ya estoy enamorado de ti?
Yo le dije que eso era tonto, que no podía ser, que ni siquiera sabíamos de nosotros más que lo que unas fotos nos mentían de uno y de otro y él me contestó: -Claro se me olvidaba que tienes que olerme para que la parte de tu instinto me apruebe o me descalifique, vale lo entiendo, no lo diré hasta que me hayas olido.

 La primera vez que lo vi en persona habíamos quedado en mitad del camino, a la salida del metro Infanta Sofía, en la última estación de la línea 10, en San Sebastián de los Reyes.
Cuando iba subiendo las escaleras, había un hombre bajito, barbón, fumando y le preguntaba algo al guardia del metro, pensé: ojalá sea ése, nunca me gustaron los hombres bajitos, pero él me parecía guapísimo.
Cuando me vio no dudó un instante, fue hacia mí y me abrazó, yo creí que era un acto muy impertinente abordar así, de pronto, mi espacio vital.
Me sentí incómoda, invadida, él no se dio por aludido, sólo confesó abiertamente que estaba muy nervioso.

 Fuimos a tomar un café al bar más cercano a la estación y a mí me revolvieron dos sensaciones simultáneas, por una parte una tranquilidad muy grande, me hacía sentir cómoda hablar con él y por otra parte me daba intranquilidad su franqueza que resultaba en ganas de salir corriendo.

-¿Y bien? ¿He superado la prueba del olfato y la vista o no volverás a querer quedar de nuevo conmigo?
Yo no sabía qué contestar, seguía invadida por la ambigüedad de las dos sensaciones que me había provocado, así que le dije que tenía un ensayo y tenía que irme, me ayudó un poco con una tarea sobre Helena de Troya que debía entregar esa misma tarde y luego me fue a dejar de nueva cuenta al metro.
 -¿Cómo te sientes? Le pregunté.
 -Genial, me contestó. Si yo ya sabía que estaba enamorado de ti, que sólo cuando te viera cobrar forma al salir de la estación del metro, supiera que existes y que estás aquí, yo ya no necesitaba nada más.
Bueno... quizá sí, una cosa más, para saber que fue la cita perfecta.

Yo ya sabía lo que me pediría antes de que lo dijera, así que me lo pregunté yo antes.

Tenía esa mirada tramposa de gatillo abandonado, sus hermosos ojos verdes, su sonrisa de niño debajo de una barba que se había dejado crecer porque yo le dije que me gustaban los hombres barbones.

Y me contesté: ¿por qué no?

¿Un beso?

Es un extraño personaje extraño, pero quiero dárselo y no volver a verlo jamás.

Salir corriendo por las escaleras del metro, huir y no volver atrás…

Un beso.



martes, 19 de agosto de 2014

40 aniversario de bodas de Boris y Conchita








Ella
Nació del rapto de Juana una niña de catorce años en el
valle del mezquital, Hidalgo.
Serafín, su padre, se las llevó a las montañas en donde nacieron
dos hermanos suyos más.
Su infancia –como la de muchos niños mexicanos- transcurrió
entre la pobreza, el hambre y el infortunio. Su madre tuvo a lo largo de su
vida catorce hijos, algunos vivieron, otros no.
Ella supo desde pequeña que tenía que buscar su lugar, que
no quería casarse para no repetir la historia. Quería ayudar al mundo y la
única opción para una chica sin muchos recursos fue la iglesia.
Mi madre fue once años religiosa. Supo de ahí la verdad sobre
el bien y el mal.
Después de muchos votos temporales, tenía que tomar la
decisión de aceptar el voto perpetuo y pensó que la verdad en ese lugar no era
la que había imaginado.
Dejó los hábitos y viajó del convento en Tierra Blanca,
Veracruz a la Ciudad de México en donde vivía la abuela Juana con su nuevo
marido y cuatro hermanos más.
Se fue bajo amenaza de ser candidata ideal a solterona, con
veintinueve años encima y sin saber mucho de la vida allá afuera, caminó de
nueva cuenta pensando que quizá tener una familia y una casa no le parecían una
mala idea.
Él
La abuela Consuelo era tapatía, bellísima y brava como las
de esa tierra. Cuando conoció a Ernesto, un electricista,  llevaba consigo a tres hijos mayores y junto a
él tuvo dos chicos y dos chicas.
La niñez de mi padre transcurrió entre las calles pedregosas
de Santa Úrsula Coapa en la Ciudad de México. Tampoco había mucho qué comer, y
él se ganaba algunos pesos acarreando agua.
Su infancia fue como la de muchos niños de barrio, entre las
historias cotidianas que crecieron junto a los compañeros de cuadra.
Le hubiera gustado ser futbolista y nos cuenta que nunca
pensó que terminaría una carrera profesional.

Cuando los caminos se cruzaron…
Conchita volvía a la casa de la abuela Juana que vivía por
el estadio Azteca, la alentaba que estaría Mary ahí, la hermana que siempre….siempre
la había seguido aún al convento y Beto, su hermano que de pequeño la abuela había
encomendado al cuidado de unos parientes lejanos y cuando se lo devolvieron
tenía tuberculosis, era luminoso y aun atado a una cama y a un tanque de
oxígeno se ganaba la vida reparando cosas desde su cama.
Mi padre vivía enfrente y visitaba con los de su pandilla al
tío Beto a su cama donde jugaban alguna partida y bromeaban, para entonces estudiaba
en la facultad de economía de la Universidad Autónoma de México, eran los finales
de los sesenta, no había forma de que mi padre escapara de ser un marxista.
En algún momento comenzaron a platicar en el pasillo, mi
madre nos contaba que a ella sí le gustaba, pero que pensaba que no había
oportunidad, porque al terminar de conversar, él entraba a su casa, se ponía su
chamarra y se iba a ver a la novia.
Así que ella aceptó a un pretendiente cualquiera y cuando vino
el reclamo, ella desconcertada dijo que no entendía el por qué si él tenía
novia.
-Ah ¿es por eso? contestó él y enseguida volaron las cabezas
de los otros y comenzó su historia.
Dice mi madre que entonces se hablaban de usted.
En algún momento, sin que hubiera pasado mucho tiempo, la
historia llegó a oídos de los demás, pero no todos podían ver con buenos ojos
estos encuentros.
Tiempo atrás, la historia de las familias se había
entrelazado por cuestiones territoriales y su encuentro no había sido para nada
favorable. Eran vecinos, pero sus desencuentros eran frecuentes, incluso las
citas al juzgado era el pan de cada día.
Cuando la abuela Consuelo se enteró del conato de idilio fue
a hablar con la abuela Juana a exigirle que promoviera que esa relación no
continuara por el bien de todos.
Así que a mi madre le fue solicitado no complicar ya más la
tensa historia familiar, ella educada por largos años a obedecer, concedió en
terminar la relación, pero cuando se la comunicó a mi padre, no sólo no lo
aceptó sino que tomó un camino no previsto por la abuela Consuelo.
En secreto con sólo tres meses de noviazgo decidieron
casarse.
La tía Mary corrió aquella mañana  a conseguirle un vestido color zanahoria a su
hermana mayor  y unas zapatillas a juego,
no iría casi nadie de las familias, pero la decisión estaba tomada.
Cuando mi madre bajaba las escaleras para irse al registro
encontró al novio sujetando la puerta de su casa, quiso saber las razones, pero
él le pidió que se adelantara al registro civil y que pronto llegaría.
Lo que mi madre no sabía es que en ese momento la abuela
Consuelo que ya se había enterado,  con
pistola en mano -según una versión-, quería salir a matar a mi madre.
Pero nada, ni ella ni nadie lo impidió y así un 19 de agosto
de 1974, Ernesto y Conchita se casaron. Ella tenía 29 y él 21 años.
Los comienzos no fueron fáciles a mi padre le faltaban
algunos semestres para terminar la universidad, así que compartió el tiempo
entre el trabajo y la escuela.
Y a los exactamente nueve meses cuando nací yo, también con
sus labores de padre.
Conmigo en brazos buscó la reconciliación con mi abuela
Consuelo que no encontró. Las rencillas familiares se recrudecieron y mi padre
tomó una de las decisiones más sabias, puso tierra de por medio y nos alejó de
todo aquello.
Aceptó un trabajo a mil kilómetros de ahí, en una tierra
lejana y selvática, Chiapas.
Le dijo a mi madre que se iría él primero y cuando
consiguiera alquilar una casa lo alcanzaríamos. Para entonces éramos ya cuatro,
la pequeña Paty llegó a nuestras vidas un 16 de agosto de 1978, era güerita, chapeada
y risueña.
Mi madre no aceptó y dijo que éramos una familia en las
buenas y las malas, así que partimos con dos cajitas de cartón en donde habían
sólo cuatro platos, cuatro vasos y cuatro cucharas, pero todo el amor del
mundo.
Yo no conozco de abandono, nunca lo supe. Ernesto se
convirtió en mi Boris, Conchita en mi princesa y mi hermana en la truchita.
Fuimos cuatro, sólo cuatro durante muchos años en que
estuvimos solos, pero sin recibir las descargas de lo que ellos habían decidido
no heredarnos. En una especie de autoexilio gozoso.
Mi padre condescendió un poco de su marxismo y acompañaba a
mi madre los domingos a misa, aunque hicieron huella las largas noches que en
Ocosingo pasábamos a la luz de las velas hablando sobre historia, sobre
política y economía, mientras mi padre nos explicaba cómo funcionaba el mundo,
así que un día ella dijo que la idea de dios se lleva por dentro y se demuestra
por actos.
 Y todos dejamos de ir
a misa.
Yo no soy religiosa, pero he aprendido del amor, la verdad y
la buena voluntad no por dicho sino por hecho y ejemplo. Ellos son mi religión.
He sido educada por dos seres humanos que son antes que
Boris y Conchita, antes que marxista y monja, antes que todo, padres y a ello
han dedicado su vida.
Tengo el recuerdo de verlos siempre  a lado de mi cama, media noche uno y media
noche el otro, en las vigilas en que el asma no me dejaba dormir.
La imagen de mi padre llorando por dejarme enferma y tener
que irse a la selva por varios días a ganarse el dinero para las medicinas.
La truchita y yo crecimos y somos lo que somos gracias a
ellos y cuando tenemos diferencias nos acordamos que de pequeñas mi madre no
nos levantaba el castigo hasta que hiciéramos las paces, y recordáramos que
antes que todo y encima de todo éramos hermanas.
Hoy hace cuarenta años dieron el sí, el SÍ QUIERO por
el que afortunadamente estamos hoy la truchita y yo en este mundo.
Infinitas gracias desde el fondo del corazón, deben tener la
completa seguridad de que han hecho un papel maravilloso, que la familia que
nos dieron, el ejemplo y el hogar fue el mejor.
Ahora ya no somos sólo cuatro, hace unos días la truchita,
mi querido cuñado Iván y mi sobrino Santiago, hicieron un homenaje a esta unión
y yo con nada puedo pagar el enorme esfuerzo por hacerlo solos.
Yo estoy viviendo muy lejos ahora y no pude estar en persona
aunque me hicieron sentir presente de todas las formas, como siempre infinitas
gracias.
A la distancia sepan que los celebro, que los pienso, que
caminan junto a mí y que siempre están en cada rincón que habito.
Así que a 40 años de ese mágico SÍ, celebramos la vida, el
amor, la familia, la salud, la dicha y la oportunidad de seguir contando días.


Gracias y felicidades Boris y Conchita por cuarenta años de
matrimonio.

viernes, 25 de julio de 2014

A propósito de los aviones…


Mi última terapeuta –de una larga lista-, experta en trabajar con temas postraumáticos me dijo  –entre muchas otras cosas-, en relación a mi último accidente:
-Eres una sobreviviente y tienes que asumirlo y trabajarlo.
La idea me molestaba, me llevaba a pensar en debilidad, en vulnerabilidad; tanto que trabaja uno en la idea de hacerle frente a muchas cosas y luego viene la vida y te sienta de dos cachetadas.
Con regularidad tengo problemas para aceptar las cosas sobre las que nada se puede hacer… -como si pocas fueran las perras-, pero ahí están, viéndote a los ojos. Diciéndote en voces de viejitos de todos los lugares y todos los tiempos:
-No somos nada…
Mi madre remata con aquello cristiano de:
-Uno propone hijita y dios dispone…
Formas varias que tiene la vida para sentarte en un chayote cuando ya te estás pasando de salsita.
Lo segundo que me dijo aquella terapeuta extranjera –muy del tipo hippie de los que se quedan (aún no sé por qué)-, en San Cristóbal:
-Tú sacas valor del miedo, de ahí proviene tu fuerza, aprende a manejarlo…y me enseñó una técnica para usar el día que tuviera que meterme de nueva cuenta al avión que me traería de vuelta a Madrid.
En realidad no era nuevo, siempre he tenido miedo a los aviones.
De toda la vida he soñado con que los veo explotar en el aire, chocar contra una montaña, o hacerse pedazos antes de terminar de despegar;  la sensación que me invade es de un miedo total. Ese sueño comenzó incluso mucho antes de que yo tomara por primera vez un vuelo y me ha perseguido desde entonces.
Así que ya desde antes de que el accidente del autobús me sumara más miedos a los que ya eran míos, éste ya estaba en la lista.
Puedo enumerar las anécdotas que ilustran esta fobia.
Una ocurrió cuando viajaba de la ciudad de México a Lima, Perú. El vuelo iba a hacer escala en Panamá así que tenía que prepararme para dos despegues y dos aterrizajes.
El sitio que me asignaron era en medio de un grupo de tres asientos. He probado varios sitios para ver si alguno me producía menos estrés, pero creo que por lo menos eso en mí, sí es absoluto, no importa donde me meta, el miedo -hasta ahora-, se presenta puntual a la cita.
Cada que sé que voy a volar hago recopilación de las diferentes técnicas teatrales que recuerdo y que pienso me puedan ser de utilidad, busco en ejercicios de respiración, de concentración, de relajación, de distracción, aunque al final siempre termino rezando las tres aves marías que me dijo mi madre que me salvarían de todo.
Si me veo desde afuera pienso que sí he de parecer un “poquito” rara.
Cierro los ojos, la respiración va in crescendo, las manos se me van contrayendo hasta formar puños, intento suavizar los movimientos, pero me descubro murmurando los rezos y mientras me repito que todo va a estar bien y me sincronizo con el avión y su vertiginoso aumento de velocidad –y sobre eso yo no sé por qué a nadie le parece que el sonido que hace es como para pensar que ha llegado el fin del mundo-, mientras todo es ruido y tensión, entreabro los ojos para admirarme de  aquellos que pueden leer o dormir en medio de ese caos, de ese momento previo antes de que todo se juegue en un buen o fatídico despegue.
Todo eso pasa siempre que me repito que ir, andar, conocer,  tiene que ser más fuerte que el miedo a volar.
Nunca, salvo esos casos, me sudan las manos, para entonces se han hecho agua y de pronto…
La sensación absoluta de que se perdió la conexión con la tierra, de ahí en adelante, tú ya no dependes más que de las habilidades científicas y su acertado manejo.
Y es justo en ese momento cuando yo pierdo.
Lo pierdo todo, el control, la respiración, la calma, los rezos, la compostura y salto.
Salto irremediablemente con una fuerza que es más grande que mi vergüenza y que todo lo que pueda contener mi miedo.
En ese viaje salté sobre la mujer de a lado, la abracé sin darle oportunidad de nada. Ella se aferró a mí y empezó a decir cosas para tranquilizarme, me tomó de las manos y habló y habló cosas que no recuerdo hasta que el avión se estabilizó y yo caí en mí, en que todos estaban dando seguimiento con miradas furtivas  a mi caso.
La solté de inmediato.
Era una mexicana que estaba viviendo desde hace un año en Panamá porque su esposo era de ahí. Se habían casado hace no mucho y ella retornaba de sus primeras vacaciones en México.
Grande y robusta, blanca y de sonrisa agradable, tenía el físico de regia, pero no, era chilanga como yo.
Su plática me dio tranquilidad y no fue sino hasta tiempo después que percibí el detalle del rosario apretado entre sus manos. Entonces supe que ella también tenía miedo, pero como se encontró otra más loca que ella, se olvidó de lo suyo y se dedicó a tranquilizarme.
En otra ocasión al volver de La Habana a Cancún, viajaba con mi mejor amiga, pero nuestros asientos estaban separados, en realidad de extremo a extremo, ella en la entrada y yo en la cola.
Es una tontería porque debimos haberle pedido a alguien cambiar de asiento para  que si a uno le da por estrujar sea por lo menos a una conocida.
Esta vez me tocó pasillo, también en un grupo de tres asientos, dos hombres cubanos ocupaban los otros lugares.
Comencé la operación “todo va a estar bien aunque no lo parezca” en la serie conocida, sin importar el orden, cerrar ojos, empuñar, respirar, relajar, rezar y…
Saltar.
Las experiencias sin embargo varían en función del capitalismo “tú lo sabes” y no es lo mismo viajar en una u otra compañía y de entre las que más te hace dudar de que eso no es un –como diría el arqui Mala facha-, microbús con alas, está Cubana,
¡Ay mamacita!
Ahí sí que siente uno la vibra, bueno también en el Viva microbús, pero no era el caso…
Volví a saltar y creo a murmurar los rezos, ahora me costó mucho entreabrir  los ojos, pero pude escuchar que los hombres de un lado se decían el uno al otro:
-Dile algo…
-No, dile tú…
-Ay anda pobrecilla dile tú…
De a poco pude abrir los ojos, pero sin salir del periodo de rigidez que a veces acompaña la crisis. Las azafatas comienzan a circular, la gente platica, y de pronto lo imprevisible en un vuelo: las turbulencias.
Ahí sin previo aviso, sin preparación ni nada, salto y comienzo el protocolo, intento que la respiración no sea muy escandalosa, esto sin lograrlo mucho porque en esa ocasión volví a escuchar a los hombres:
-¡Que le digas algo!
-No. Yo no, mejor dile tú…y cierra la ventana para que no vea nada.
-Joooooo pero está atorada.
-Bueno ponle esto anda que lo que importa es que no vea.
Hemos pasado la zona de turbulencias anuncia el capitán, yo rígida aún, vuelvo a abrir los ojos, poco a poco, vistazo a mi alrededor.
Descubro a los dos hombres viéndome atentamente, con cara de preocupados, sonríen y me dicen:
-¿Tiene miedo?
Yo no sé qué responder, porque para adentro me decía:
Nooooooooooooo hombre, ¿yo miedo? No sé por qué lo dices si yo actúo así siempre…
Alcancé a asentirles muy sutilmente.
-No se preocupe, usted tranquila que nosotros la vamos a cuidar, aquí estamos con usted.
Y para adentro pensaba ¿y eso qué? Si esta madre se cae, ustedes, yo y todos aquí vamos a quedar hechos una papa frita.
Muchas gracias -en tono muy bajo-, alcancé a responderles.
Yo sé que mi deseo de viajar es más fuerte que el miedo a volar, así que he aprendido a aceptar que lo uno viene con lo otro y que en medio de todo están los panchos aéreos que me armo.

La primera vez que escuché en un vuelo que la gente al finalizar el aterrizaje aplaudía, me dio mucha risa, me parecía primitivo, ahora lo entiendo, creo que todos nos subimos a esos animalones asumiendo un riesgo, como todos los que se toman en la vida, y que al aplaudir celebramos la conexión con la tierra, la vuelta, la oportunidad de no ser un número más de las estadísticas.

jueves, 24 de julio de 2014

24-07-2014


Madrid. España.

A mí me pagan por pensar.

“Puedo ponerme humilde y decir…” que no sé por qué, pero pecaría de falsa humildad y no se me da mucho, yo sé bien que de este puerquecito lo que más o menos se salva es la materia gris.
Vivo enamorada de mi cabeza aunque a menudo sea agotador que no se desconecte y siga y sigue y sigue… a pesar del cuerpo, trabajando, trabajando…

Desde junio pasado Luis y yo tuvimos que enfrentar la idea de que después de estar casi todo el tiempo juntos, él tenía que ir a vigilar el valle de Buitrago por si a alguien se le ocurría tirar una colilla y comenzar un incendio.
Planeamos que mientras él trabajaba lejos yo me volvería una cuasi monja de clausura dedicada en cuerpo y alma a mi tesis.
Así que por eso, una vez a la semana él viene a casa y es día de fiesta.
Al terminar su jornada de diez horas baja del valle al pueblo e intercambia el auto que tiene asignado para el trabajo por el suyo.

Es martes.

Comienza el viaje, el suyo y el mío. Momento de dejar lo que estoy haciendo y correr a bañarme, mientras platicamos por teléfono sobre lo que hicimos en el día.
Sí, sí, tenemos puesto el altavoz mientras él conduce y yo me baño, así medimos el tiempo.
Una hora de trayecto de él hasta San Sebastián de los Reyes, debe corresponder a terminar la ducha, lavarme los dientes, ponerme la ropa, maquillarme y ponerme la crema para las rozaduras porque el calor para las redonditas es cruel hasta por en medio de las piernas y yo aprovecho que el primer mundo tiene productos hasta para lo más inimaginable.
Luis ha llegado al hospital Infanta Sofía, es el momento para que yo salga de casa. Vivimos a aproximadamente cuatro pequeñas cuadras del metro Tirso de Molina. Compro el boleto de diez viajes que me cuesta 12.20 euros y espero  -por lo regular después de las nueve los trenes son más espaciados-, ahora mismo tardará ocho minutos según lo anuncia el letrero luminoso.
No sé cómo haré al volver a México donde las esperas del transporte público siempre son inciertas, ahora pienso que quizá aquí se respete el tiempo del otro, ¿así debería ser siempre no?

Su trayecto:

(Línea diez/azul marino)

Hospital Infanta Sofía
Reyes Católicos
Baunatal
Manuel de Falla
Marqués de la Valdavia
La Moraleja
La Granja
Ronda de la Comunicación
Las Tablas
Montecarmelo
Tres Olivos


El mío:

(Línea 1/azul celeste)

Tirso de Molina
Vodafone Sol
Gran vía
Tribunal Bilbao
Iglesia
Ríos Rosas
Cuatro caminos
Alvarado
Estrecho
Tetuán
Valdeacederas
Plaza Castilla
Chamartín
(Cambio a la línea diez)
Chamartín
Begoña
Fuencarral
Tres Olivos

Y el chiste es buscarnos entre la gente, yo sé que debo esconderme un poco del foco de atención pública porque en cuanto él me vea va a correr hasta encontrarme y todos van a voltear a vernos y yo sigo siendo un poco Jacinta. Le he dicho muchas veces que no lo haga, pero creo que es una tontería, cómo voy a evitarle ese gesto, si ya se ve tan poco que el amor corra hacia uno, que bien vale la pena morder un poco el reboso.
Volvemos juntos mientras pensamos qué se nos antoja cenar…

Hoy es jueves día de biblioteca y uno se tiene que procurar las condiciones exactas, para poder concentrarse sólo en aprehender y producir.
Que no duela nada, ni sea incómodo el lugar; que no se esté cansada, ni preocupada;  no comer ni mucho, ni poco; poder dedicar el día entero a ello porque si no la atención se dispersa; traer a la biblioteca los audífonos para crear la atmósfera, entre muchas otras cosas.
Hoy es un buen día salvo porque aquí está de nuevo la mujer del vestido de puntitos rojos a la que según la interpretación de Diana -que el otro día se sumó al día de biblioteca-, le molesta la insistencia de mis uñas sobre el teclado. Yo como soy despistada no me había dado por enterada, hasta que esa vez los puntitos rojos me tocaron el hombro y  dijeron algo en voz baja, que yo no entendí y que hasta ahora sigo sin entender;  luego hizo saber con su silla a Diana que estaba justo detrás de ella, que no estaba tan contenta, nosotros nos reíamos pensando que no era feliz.
Ese día al salir pensamos que quizá es que ellos no están tan acostumbrados a nuestro estridentismo…porque sí, es verdad, yo soy escandalosa hasta cuando pretendo no serlo, escribo remarcando mucho la letra sobre la hoja (hasta sacarme un callo), tecleo, hablo y vivo con la misma fuerza.
He querido vivir con toda la intensidad que me sea posible para cuando intente olvidarme desde el sano juicio de mis tonterías, parricidios y ridículos yo misma me los escupa a la cara.
Voy a comenzar a escribir en tono “académico” que es para lo que me pagan…
”porque ya no es ayer sino mañana”. Luis ha vuelto al valle y esperamos que sucedan rápido los días para volver a buscarnos entre la gente que cambia de andén en Tres Olivos.


lunes, 21 de julio de 2014

Diario de un lunes cualquiera

Me levanto en una pequeña cama de mi piso en Tirso de Molina (aunque dice Diana que ya más parece Lavapiés), hace mucho calor en Madrid, me despierto pensando que es un alivio haber vencido la alteración de mi reloj corporal que había hecho de las noches mis días. Tengo el teléfono encajado en la cadera supongo que Luis colgó cuando me escuchó roncar, no lo recuerdo bien.
Quisiera seguir durmiendo, no tengo jefe, puedo hacerlo, siempre he buscado la forma de escamotear a la autoridad dentro de lo que el sistema capitalista me lo permite. Pero hoy no, hoy es lunes, mi día favorito en que todo comienza.
Quiero alcanzar el control de la tele para poner las noticias, de otra forma no vuelvo a enterarme de nada a no ser por el Facebook, “pero dicen por ahí que no es una fuente confiable” y las “buenas personas” se declinan más por los telediarios
¿Pero, no acaso aquí la manipulación está solamente más pensada y manejada?
-¡Levántate ya! ese puto ensayo no se va a hacer solo, y vas a seguir torturándote con eso de que eres pensadora desde la banca, que ya no puedes seguir justificándote con aquello de que quieres seguir preparándote para emitir un juicio sobre esto o aquello.  
“Es que es muy irresponsable” opinar sobre cosas sin ser un “verdadero” informado mínimamente.
Pero “cuánto” es mínimamente; mientras más leo, más pienso que nunca, que quizá lo más prudente, lógico, razonable, ético, es andar por la vida callado.
¡Ajá sí, pero levántate, entre que esto o lo otro, levántate!
La casa es un desastre, descubro en mis nuevas incursiones a las labores de una ama de casa, que ahí el trabajo no termina nunca, vaya como en la lectura…
Hoy dicen las noticias que ayer Israel atacó por tierra a Palestina, el día más sangriento desde que este conflicto se recrudeció.
Estados Unidos dice que debe intervenir ¿y por qué todos debemos de esperar a que lo haga? ¿Con qué derecho se erige como el Dios justiciero de esta era? Y todos lo vemos y no hacemos nada, espectadores de esta película observamos desde atrás de la pantalla porque no estamos del otro lado donde sucede todo.
Los otros están pendientes de quién demonios aventó el misil en donde murieron muchos holandeses, en mi tierra ya chancean con que es la venganza azteca.
Los más serios y “verdaderamente importantes” se debaten entre responsabilizar a Rusia o los pro-rusos, y me pregunto si no ven que es demasiado tonto que Rusia dé argumentos para justificar un conflicto contra ellos, ¿sería absurdo no?
Me hago mi jugo matutino (acelgas, manzana, papayón, piña y jugo de naranja), “dice la gente de bien” que es sano comer frutas y verduras, yo no lo sé de cierto, pero como mi tendencia  es hedonista y sé que tarde o temprano, hoy o mañana,  caeré ante la seducción de una caña o un vaso de vino (nótese vaso que no copa) es la mexicanización del vino, así que cumplo con mi dosis de sanidad con ese compuesto verdoso que más parece brebaje que jugo, pero sabe bien y es lo que cuenta.
Mientras me baño pienso en el tiempo, en los casi noventa minutos que tarda Luis en la ducha y los ocho que tardo yo, nuestra masa corporal no dista mucho, en qué consistirá la diferencia…
-¡Sal ya! que no hay que gastar tanta agua que aquí es más cara.
En la tele debaten sobre el caso de la política que asesinaron hace unos meses aquí en España,
-no recuerdo de dónde era
-ahhh sí de la comunidad de León, (¿es comunidad o provincia?) sigo sin saberlo.
Las mujeres que la mataron ponen de manifiesto sin duda que ya no es exclusivo del género masculino el uso de armas de fuego, la organización, la planeación…
-Huy que casi me siento orgullosa de ellas, “sólo que no lo diré porque no seré bien vista en el marco de lo políticamente correcto”.
Cada vez tardo más en darme una manita de gato, eso es signo de la edad sin duda, la hojalatería cada vez necesita más inversión económica, temporal, anímica y física.
No sé para qué le pienso qué ponerme,  todo se reduce al debate entre mi deseo de comodidad y el intentar parecer mona, y cada vez más opto por los tenis, sólo que mi guardarropa no se ha enterado.
Guardo todo lo que necesitaré en el día en la enorme bolsa, salgo por fin después de dos horas y cruzo a ver si el sitio de yoga en frente de la casa está abierto para preguntar sobre costos y horarios.
Nada, cerrado, apunto el teléfono y emprendo el camino, pensando que quiero tomar el metro, pero es muy caro (22 pesos) y quiero ahorrar y aprovechar para caminar.
Cada vez me cuesta más hacer ejercicio, conforme avanzan las cuadras voy pensando que odio hacer ejercicio…
-Y que sí pues,  sin duda me siento mejor…
-Esa mamaaaaaaaaaaaaaada…
-Es joderse para sentirse mejor…no lo sé… es una idea que no me queda clara…
Avanzo eludiendo mi deseo de subirme al metro, me digo: en la siguiente estación lo decido y así, me voy engañando solita, de a poco…de Tirso a Sol, luego Sevilla, Banco de España, Colón…
Me voy pensando adónde se habrá ido la mamá de Carlitos, la noticia de la muerte de alguien siempre me toma por sorpresa, -bueno a todos creo-, me da por ponerme en el lugar de los que estarán ahí en ese momento, trato de imaginar la escena, Carlos debe estar fatal, pero seguro será el roble que reciba a todos y organice, y haga y vaya y venga, ay Carlitos siempre me faltan las palabras, es que no creo que sea lo que necesites, uno que va a saber, bueno a final de cuentas a mí sólo me da por pensar que no te estarás sintiendo bien y eso me hace estar un poco mal por ti…
Recuerdo a tu madre, la última vez que la vi me sonrió, era diciembre, fui al mercado con mis papás y Santiago, te vi ahí con ella, trabajando, como siempre…recuerdo que me dijo que me veía muy bien y yo traía una cara de cruda que no podía con ella, las sombras del rímel por mi mala costumbre de no desmaquillarme nunca…
Recuerdo que decían las revistas de 15 a 20, Vanidades y demás que lo hicieras porque si no envejecerías más rápido, creo que les faltó decir que envejecen vertiginosamente quienes no son felices, que las risas son mejores que el botox o el lifting y todas esas cosas que compramos...
Hay un sol maravilloso en Madrid, me encanta caminar por las calles de una ciudad que está siempre “in” pensar que estoy “in” por estar ahí, aunque en realidad creo que para estarlo tendría uno que ser omnipresente y asistir a  todos los eventos, galas, estrenos, que hay en la cartelera diaria y si no es así entonces qué sentido tiene estar aquí o en Ocosingo.
Creo que no estoy “in”.
Esos carritos con los que andan las personas que tienen dificultad para caminar por las ciudades del primer mundo son la onda, por qué no podrá tener uno así mi madre y la viejita que carga la basura que recoge de las casas allá en Tuxtla, o el señor que controla el horario de los colectivos de toda la vida de la ruta 9, creo que sería una cosa que ni en sus sueños podrían imaginar, recuperar su libertad, su autonomía, su humanidad, ¿cuánto costarán?
Una niña va caminando junto a su madre que va apoyándose en unos bastones de mano, la mujer se concentra en poder manejar eso que al parecer no hace mucho se ha visto obligada a utilizar.
La niña lleva los objetos de las dos, me llaman la atención los hijos de la multiculturalidad, siempre lo han hecho, me construyo las historias de los primeros encuentros de sus padres, la materialización de dos mundos…la historia.
Mientras lo pienso se ha hecho una boca de botella que no observo porque mi atención está en la niña, el del carrito y la madre dificultan la movilidad del tránsito peatonal y yo embebida en la niña choco con una de esas motocicletas espectaculares que estacionan aquí en las aceras, me estampo completa, toda cuan pequeña y redonda soy, me vuelvo calcomanía por dos segundos. La madre se disculpa, no lo sé por qué ella dice que siente que por ir atendiendo a la niña yo me haya ensartado en la cola de la moto, nada más alejado de la realidad, me espanté por tonta y despistada, ya está; en otros tiempos me hubiera muerto de la vergüenza, ahora creo que ya me está valiendo madre…
Espero en el semáforo y todos tomamos rumbos distintos…
-¡Cómo me canso al caminar!  debe ser el resultado de dejar de caminar una semana…llego a Cibeles y tomo hacia el Paseo de Recoletos, llego a la biblioteca y comienzo el ritual.
Registrar la computadora, me dan la calcomanía, paso la bolsa por el escáner, llevo las cosas a los casilleros, tomo una bolsa y pongo ahí lo que puedo meter y dejo lo que no, siempre me preocupa no tener un euro para ponerlo ahí en donde dejo mis cosas, me angustia tener que interactuar con la gente para conseguirlo, si lo que me gusta precisamente de estar en la biblioteca, es que no tengo que hablar con nadie y viceversa.
Paso a la revisión antes de entrar a la sala, camino por los pasillos de la Biblioteca Nacional que siempre van a ser para mí, una experiencia en todos los sentidos.
Llego a pedir mi escritorio, me asignan el 99, pido los libros que me trajeron de la Universidad de Alcalá y me instalo por fin, qué raro casi nunca me toca del lado izquierdo, me sentiré rara todo el día, es lo malo de ser animal de costumbres…
Segunda parte del ritual, sacar los cables, conectar la computadora, aceptar los permisos de la red de la biblioteca para tener wifi y poder escuchar música mientras comienza la faena de pensar… Reviso rápido los libros y pienso que antes voy por el café que siempre me pone más atenta.
Estudiar no es un trabajo sencillo, pienso en disertar sobre ello, pero ya ocupé mucho tiempo en esta descripción, debo concentrarme en pensar por lo que me pagan…comienzo con una publicación que me mandó Natalia en el Facebook sobre Peter Brook y el encabezado del artículo publicado por El País, “El teatro no es el lugar para el debate”.

-Joderrrrrrrrrrrrrrrr pues empecemos por ahí…