martes, 26 de abril de 2016

Historias de hospital. El Gregorio Marañón.

Retomo esta historia pasada hace ya cerca de un par de años por dos razones distintas; la primera porque será la que apertura una serie de anécdotas hospitalarias y la segunda porque tiene que ver con el amor, tema recurrente en mí, pero éste es uno especial, el amor de Luis.

Los hospitales y yo tenemos una relación de muchos años, hemos aprendido a convivirnos, a tolerarnos, yo los defiendo públicamente y ellos a cambio me regalan historias y la oportunidad de poder escribirlas ahora mismo, sin más. 
Puedo enumerar muchas razones que me  hacen decir que un hospital tiene caras diversas, amable, amorosa, educativa y hasta graciosa. 
Es difícil pensar que en medio del dolor, cuando lo que menos quieres o puedes hacer es pensar en la cara amable de nada, yo diga que sí se puede. Deviene quizá de la opción, de no tener otra.

Esta historia originalmente comenzaba así: 

Para que luego no se piense que sólo en México hay mala atención médica debo constar que gracias a la vesícula he caído en varios hospitales de países distintos y no he encontrado mucha diferencia entre ellos.
El martes pasado le tocó el turno al hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Un día antes caí ante el pecado de una ensalada de salchichas con pico de gallo, mucho limón y unos chiles de Pakistán que en sabor se parecen mucho a los jalapeños, descubrirlos fue el pecado.
Y bueno claro, también que la ensalada era mucha, que previamente había cenado en casa de unas cariñosas amigas italianas, en donde me  había tomado "algunas cervezas" y bueno…la ensalada sólo fue la gota que derramó el vaso…
Al despertar.  el dolor fue –como siempre-, apenas una sugerencia. Así que haciendo caso omiso del primer síntoma, tuve la brillante idea de salir al refrigerador por un litro de yogurth para beber y esperar a que el dolor pasara. 
Obviamente no fue así, el dolor se incrementó y en poco tiempo yo ya no salía de la taza del baño devolviendo generosamente toda la cena del día anterior…

(Aquí es donde se entrecruza la historia de amor que en la versión original no aparecía, algún día escribiré el por qué)
Sonó el celular y del otro lado se escuchó la voz amable de Luis (que en realidad respondía a su campaña de conquista).

-"Hola, ¿qué tal?¿Cómo amaneciste?
-Mal, muy mal.
-¿Por qué? ¿Qué te pasa?
-La vesículaaaaaa, me está jodiendo otra vez.
-¿Qué vas a hacer? ¿Necesitas algo? ¿Quieres que te vaya a ver?
-Síiiii, por favor.
-Vale, pero recuerda que voy a tardar como una hora u hora y media.
-Vale, te espero.
-¿Segura?
-¡Qué vengasssss yaaa!
-Vale, vale, vale, ya salgo, ahora te veo.

Quise pensar que podía hacerlo, que podía aguantar el dolor y esperar a que viniera, no sabía qué hacer, me sentía muy mal.
No calculé bien y pasados cerca de veinticinco minutos sólo con la pijama puesta, me puse el abrigo encima y salí corriendo a tomar el primer taxi y decirle que me llevara al hospital más cercano, Comenzó a enumerar opciones, a preguntar cosas, pero creo que yo ya estaba morada, así que lo último que recuerdo fue que dijo el Gregorio Marañón y que yo le dije que sí…En medio me volvió a marcar Luis para decirme que estaba llegando a casa, que estaba buscando estacionamiento y que...

-Nooooooooo, que no, que ya no estoy en el piso, 
-¿Qué? No te oigo
-¡Que ya no estoy en el pisoooooooo!
-¿Y dónde estás ahora?

Quedó de ir lo más pronto que pudiera para allá y yo pensé que era una suerte tener a alguien que hiciera eso por ti, a pesar de que le había dado aire ya muchas veces...
En la recepción vino otra de mis preocupaciones. Para ese momento me faltaba ,muy poco para ir de vacaciones a México y mi seguro de gastos médicos mayores se había acabado hace muy pocos días y para lo que restaba para irme no quise renovarlo. Ahora estaba ahí, en urgencias, frente a la pregunta de la malencarada de turno que atiende siempre la recepción de cualquier hospital del mundo
:
-¿Número de seguridad social?
-No tengo-
-¿Seguro médico?
-No tengo

Pensé que me mandarían a mi casa más rápido que de inmediato, sin embargo,  siguió el trámite. Tomó mis datos generales y terminó diciendo:

-La van a llamar en aquella sala, la factura le llegará después a la dirección que nos dio.

Quise espantarme pensando en la palabra factura, seguida de euros, pero ya a esas alturas, casi no podía ni pensar mucho, ni poco,  en nada.

En fin...

Las tardanzas son las mismas aquí y allá  y cuando te ingresan después de revisarte y hacer una traducción de lo que unos llamamos de una forma y otros llaman de otra, te ingresan a una sala comunitaria de estos sillones tipo reposet donde conviven todos los enfermos que están en tránsito de algo, ya sea porque no hay camas para ingresarlos o porque ahí mismo se les canaliza o se les administra oxígeno, una verdadera galería del dolor… así que por lo menos en México la mayoría de las veces te acuestan en una cama…
Yo busqué mi rinconcito y mientras transcurrieron los dos sueros que me pusieron me mantuve  dormida para hacer menos larga la espera.
Cuando todo esto terminó alrededor de las siete de la tarde, pedí a una enfermera que me dejaran salir, la enfermera se fue y en un rato una médica gritaba a lo lejos mi nombre, en lo que corrí para alcanzarla había desaparecido, la enfermera juzgó que no estaba bien que la doctora no hubiera llegado hasta la última sala donde nos encontrábamos y que iría por ella.
Salió y nunca más la volví a ver…
Mientras esperaba que alguna médica volviera a gritar mi nombre, en algún momento se escucharon gritos y gente corriendo por los pasillos, un preso de mínima estatura y con serias dificultades para andar se les había escapado a dos guardias civiles enormes -y guapísimos por cierto-, que lo perseguían, todo mundo sobresaltado…
¿Yo? 
Emocionada por algo de acción.
Los pasillos se llenaron de gente que corría, gritaba, se hacía a un lado, caras de expectación, de miedo, de incertidumbre, por lo menos los acompañantes de los enfermos -que también estaban ahí mismo-, podían moverse y averiguar qué pasaba, los enfermos estábamos condenados a la relación material y depndiente que teníamos con los sueros atados a  nuestras venas, 
Al final lo atraparon y redoblaron la guardia…
Gente iba y venía y yo comencé a preguntarme por qué nadie me llamaba a mí. Vencí mi acostumbrada timidez y comencé  a cuestionar a  todos que sistemáticamente me mandaban a la chingada, descarté que se debiera a racismo porque lo hacían con todos sin distinción…

Mientras todo eso ocurría, Luis me mandaba mensajes a cada rato, había instalado una especie de campamento en una cafetería cercana al hospital y amenazaba con que tardara lo que tardara, él estaría ahí. Yo seguía un poco asombrada, pensaba que eso de alguna manera me obligaba a quererlo, un poco cuando menos,  y eso me gustaba aún menos. Ahora que, viéndolo bien y sin que tuviera que aceptarlo abiertamente a mí misma, sus actos se movían un poco hcia cierto sentido de agrado, muy, pero muy allá en el fondo del corazón.

Mientras pensaba en esto, escuché a una mujer de avanzada edad cuando la enfermera le dijo que tenía que volver a inyectarla: 

-¡Ay hija, pero con cuidado por favor, es que yo en verdad soy un manojo de nervios!

Un rato más tarde un hombre -como de treinta años, robusto y fuerte, muy robusto y muy fuerte-, fue sentado junto a ella y cuando la enfermera iba a meter la aguja por primera vez, él comenzó a palidecer y a temblar, le preguntó la enfermera si se sentía bien y respondió: 

-No, es que no lo llevo bien con las agujas…

A lo que la mujer de un lado de él -la del manojo de nervios- le dijo: 

-¡Ay tan grandote y tan cobarde!

El hombre aguantó el primer pinchazo, pero al segundo empezó a decir que estaba mareado y que quería vomitar y la mujer seguía repitiendo lo mismo: 

-¡Tan grandote y tan cobarde…
-¡Mamá yaaaaa! 
La regañaba su hija. Hasta que por fin lo recostaron y se tranquilizó.

Le insistí a la que tenía pinta de ser de servicio social si podía ver por qué desde hace mucho tiempo nadie me daba razón de nada y me dijo: 

-Estamos en tiempo, 
-¿En tiempo?
-De dos a tres horas es estar en tiempo 

Me respondió…
Jooooooooooooooooooooo, pensé.

Después de mucho atormentar a medio pueblo la médica que me había atendido inicialmente y después de intentar regañarme porque según ella todo estaba dentro del protocolo regular, prometió ir a buscar mis papeles y al volver me dijo: 

-No sé qué pasó aquí pero según dice el reporte la han llamado múltiples veces y está anotada en el sistema como SALIDA POR FUGA…

-¿Que yo qué?


Prometió arreglarlo todo y al volver después de doce horas transcurridas entre fugas, escenarios dantescos y mi primer acta formal por fuga me dieron de alta, salí lo más pronto que pude de urgencias mientras una familia árabe entraba a la sala de espera abrazando a una mujer a la que le sangraba un ojo y un hombre llorando a gritos se quedaba en la puerta…yo huí de ahí lo más pronto posible…

Llamé a Luis que iba ya por el café número veinte -seguro-. Antes de salir de la cafetería y al ir a pagar la cuenta, el camarero le dijo que le descontaba un café, porque lo había pagado una mujer que estuvo ahí como a eso de las cuatro o cinco. Yo insistí en saber más, ¿cómo puede suceder eso? ¿así? ¿de la nada?

Con mis celillos ahí arremolinados, salimos a buscar el carro, Luis sabía que estaba cerca, por ahí, en un estacionamiento, pero no se acordaba cuál, ni de la calle, ni nada. Ahí comencé a saber que mi novio es muy despistado, muy, muy despistado.

Después de caminar muchas cuadras, mientras me confesaba que había sido un gran esfuerzo el entrar a Madrid, porque allá, en su pueblo, en donde vive con sus padres, no hay tráfico, encontramos el lugar, yo seguía en pijama y con abrigo, me subí al auto y de camino a casa me enteré que después de casi nueve horas ahí aparcado, había tenido que pagar casi sesenta euros, unos mil pesos.

Me quise morir.

De camino a casa, ya cerca de la media noche, al verlo conducir,  también supe que además de despistado, Luis era de un temperamento exótico, nervioso, extraño. 

Intentamos seguir el gps y en alguna de esas calles en que la vialidad es como muy rara, y la señorita te da indicaciones contradictorias, él frena, ella dice retorno, yo digo, no por ahí no, el carro de atrás no se entera de la confusión y...

¡Mi primer accidente vial en Madrid! 

¡No puede ser! 

¿Y ahora qué? Lo que me faltaba...

¿Acaso terminaré el día en la cárcel? 

¡Ay no por dios y en pijama!

Luis tiene el don de la palabra, él habla mucho, siempre, habla y habla; habla por él, por mí, ahora por Alea, habla hasta con las plantas. 
Luis habla todo lo que a mí no me gusta hablar...
Así que en menos de lo que canta un gallo, estaba ya de vuelta en el carro y se despedía animoso del otro conductor, que además le sonreía.

La vesícula me dejó en paz un tiempo, el necesario para llegar a casa. No quería que explotara ahí en Madrid, donde estaba sola. 

En aquellos tiempos en que aun no sabía que ni estaba sola, ni que ya estaba en casa.

sábado, 23 de abril de 2016

Un domingo

Son las siete y media de la mañana, estoy trabajando desde las cuatro en transcribir conceptos dramáticos que se intentan alejar cada vez más del drama, pero siguen “mareando la perdiz” con el “ser o no ser” del drama.
Veo amanecer por la ventana, un pajarillo se posa sobre el balcón, pienso en lo bucólico del paisaje mientras otro pajarillo se azota contra el que estaba en el balcón y ambos caen al vacío, supongo que están bien, para eso tienen alas ¿no? para tener el privilegio de aventarse temerosos al vacío y poder levantar el vuelo antes de tocar con sus alas el piso.
Mi hija y su padre duermen en la habitación, espero escuchar el primer llantito de Alea para tener el pretexto de dejar el trabajo y volver a acurrucarme con ellos en la cama.
De vez en cuando estiro las piernas, pienso en que Fabiola está cruzando en un avión el charco, emprendiendo la aventura que yo misma hice hace cinco años, qué emoción.
También pienso en que es domingo y que quizá en otros años estaría apenas volviendo a casa, tropezando me arrastraría hasta mi cama para comenzar a dormir el domingo entero, qué nostalgia y qué alivio no tener que despertar otra vez a la resaca.
(Falsa alarma, apagué la luz del escritorio y tomé el último texto de Pavis para intentar leerlo en la cama junto a ella, pero no era cierto, al llegar estaba de nuevo quieta, pegada a su padre como una pequeña joroba de quita y pon, oportunidad perdida de volver al útero)
Es domingo.
Para desestresarme de tanta teoría teatral me meto al feisbuc y leo que Arit a quien no conozco personalmente, pero virtualmente quiero creer que un poco, está harta de estar ahí, en el feis.
Me gustan sus publicaciones, aguerridas, se enoja, lo dice, trata de ser “buena” en los términos que nos enseñaron, en los que sabemos y me atrevo a hablar en plural porque, aunque la imagino mucho más joven que yo, la leo compañera generacional, todavía hijas de ese pensamiento de hippie trasnochado al que no hemos sabido despedir.
Perdóname Arit por incluirte en mis asquerosas generalizaciones, es sólo que te leo y cuando lo hago pienso que no estamos solos, que hay otros como uno que todavía cree -a la antigüita- que todavía hay esperanza, que esas horribles teorías de la conspiración no son ciertas y que el futuro depende de nosotros.
Y quiero creerlo, me urge creerlo, porque sé que también compartimos el tener hijos, junto a la angustia de un futuro que nos excede por mucho.
Y no tenemos más que eso, la fuerza de nuestra palabra, de nuestras pequeñas batallas virtuales y burguesas y por lo menos ahí, que sepas que no estás sola, que somos muchas y que, aunque mañana ya no compartamos ideas, hoy nos encontramos en tu noche de sábado y mi mañana de domingo para leernos, para sabernos, para decir que un día, una y otra “caminó detrás de sus palabras”.
Es domingo aquí ya y yo tengo que volver a las estructuras dramáticas o a las pequeñas manos de Alea…


lunes, 11 de abril de 2016

Sobre la violencia

Pensar en la violencia hacia las mujeres en México, en la violencia en general, es -sin lugar a dudas- remitirse a pensar ¿qué está haciendo esta sociedad con sus niñas y niños para generar adultos que actúan con tanta saña, tanto dolor, tanto odio? 
No se trata de mirar solamente al adulto agresor que puede perfectamente no generarnos ninguna empatía, sino imaginarse al niño abandonado, sometido, maltratado, violentado que fue antes. 
Antes de encarnar todo nuestro rechazo, ese adulto fue un niño al que le fallamos todos, cada uno de nosotros. Ese niño fue nuestro vecino al que preferimos ignorar cuando escuchábamos que le pegaban sus padres hasta el cansancio, pensando que era mejor no meterse. Era el niño que nos limpia los zapatos con total naturalidad, al que sabemos que estamos explotando y que no tiene ninguna garantía de un porvenir por lo menos digno. Es la niña a la que educamos como princesa desprovista de herramientas necesarias para defenderse con fuerza de la furia que le espera allá afuera. Son todos nuestros niños a los que hemos abandonado, a los que hemos maleducado imponiéndole ejemplos de corrupción, de valemadrismo, de “no me meto, porque no es mi pedo”, de…
La violencia no se trata de ricos o pobres -aunque los factores económicos influyen en los números y estadísticas de las campañas y los recursos retóricos de los políticos-, la violencia se trata de soledad, de desamor, de infortunio. Se trata de noticias de padres que llevaban a sus niños en la moto y los mataron imprudencialmente al derraparse en un accidente, que se quedaron encerrados en la casa y murieron quemados, de ser uno de los siete hijos de una familia a la que no le alcanza para las tortillas; pero se trata también de los huérfanos del dinero, a los que la doble moral de este país les ha hecho creer que la vida de los otros no vale la pena, a los que se criaron con la servidumbre y sus padres no los voltearon a ver hasta que ya fue demasiado tarde. Se trata del infortunio, de la buena o mala suerte del lugar y las personas con las que te tocó nacer, un poco como el designio trágico de los héroes griegos, “ya se veía venir y nadie podía hacer nada para evitarlo” …
Pero en este país tenemos la vocación de siempre echarle la culpa al otro y no mirar “la viga en el ojo nuestro”; será entonces la culpa del gobierno, de los padres del violador, de no rezar…
Mientras tanto seguimos cosechando los futuros narcos, políticos, princesas, machos, conductores de Televisa o como decían las madres de un reconocido colegio privado de mi bello estado de Chiapas en un festival del día del maestro “gracias por educar a los futuros líderes de este estado”.
Mientras tanto la violencia no toca a la puerta de alguno de nosotros sigamos pensando que no es responsabilidad nuestra y que es de alguien más, quizá sea la única forma de poder dormir tranquilos pensando que por esta noche todo irá bien.