jueves, 18 de julio de 2013

Divagaciones fragmentadas, producto de una herencia posmoderna tardía.



Después de una semana de esterilidad intelectual sufrida y terrible uno no deja de aprender que el trabajo de investigación es así, como la máxima que escuché alguna vez sobre el teatro: “lo dejas un día y te deja una semana”.
Es la idea de sentarse frente a la computadora, procurarse que el ambiente sea idóneo, una biblioteca rodeada de seres absortos -como zombies-, en libros y letras y aun así nada…
Hoy después de varios días frustrantes en que te repites que debes avanzar y no lo logras vuelvo a retomar la energía creativa.
En la Biblioteca Nacional de España he pasado largas horas de búsqueda, los guardias de a poco han comenzado a tener una idea de que ésta extranjera pasa mucho tiempo aquí, aun así eso no merma sus pesquisas estrictas.
Para entrar hay que tener el carnet de lector que te  dan inmediatamente sólo con presentar tu pasaporte.
Cada visita comienza presentándolo junto a la computadora que lleva consigo desde el primer día una “pegatina” (calcomanía) con un código de barras asociado a tu carnet.
Se registra su entrada y de ahí hay que pasar a los casilleros en donde se deja todo excepto el portátil (computadora) las conexiones (eso debe incluir en el caso de muchos extranjeros el adaptador de corriente que varía de región en región), el celular (móvil) y el monedero que se carga en una bolsa de plástico muy resistente.
Se continúa hasta llegar a la recepción de la sala de lectores en donde te cambian el carnet por un tarjetón con el número de pupitre que puede ser o no inclinado para favorecer la lectura.
Si se solicita un libro se llena una forma y se deja en unos casilleros, hay que buscar posteriormente la localización del pupitre asignado en el mapa junto a la puerta de entrada al salón general de lectura.
Cada espacio o pupitre tiene una lámpara y un foquito en el centro que te avisa cuando se enciende que tu libro está listo para ser recogido.
A la sala acuden frecuentemente visitas guiadas de escolares, turistas o personas de la tercera edad, eso da cuenta de que uno está sentado en un recinto que es patrimonio histórico.
Por la mañana después de varios días pidiendo lo mismo, el personal de la cafetería -que se encuentra en el mismo edificio-, comienza a adivinarte la petición y te sirve el café con leche y un cuernito (que aquí por extrañas razones sirven con tenedor y cuchillo), y para sorpresa de un tiempo para acá sonríen un poco.
Al mediodía cuando llega la hora de la comida dejas tu computadora en su lugar y te llevas tu bolsita al comedor en donde puedes pedir –en el caso mío-, medio menú que incluye pan, un plato acompañado de papas o ensalada (no las dos cosas como frecuentemente sucede en México), postre y he ahí lo curioso: escoger entre agua, vino o cerveza.
En España a los mexicanos nos llama poderosamente la atención que en lugares como éstos o en las universidades se vendan cervezas.
Otra particularidad que siempre se comenta sobre todo entre los americanos (sí, ahora sí incluido E.U.) es la atención de la gente que atiende en los lugares -y ahora me desvío de la biblioteca-, y que mucho dista de lo que nosotros entendemos por atención al cliente.
La forma de ser de los españoles a este respecto resulta ser a primera de cuentas muy hosca y en muchas ocasiones se percibe hasta grosera. Aquí no se dan propinas, no sé si eso influya, pero el trato es bastante cuestionable.
Los extranjeros por lo regular solemos sentirnos “destanteados” al pedir algo. Hay varias explicaciones al respecto, una puede ser que así es su forma, no es que quieran contestar mal, es sólo que así son ellos.
Esto puede llevar a pensar: ¿es mejor o peor una cosa o la otra? No lo sé, me inclino sólo a observar que son diferentes.
Lapsus…
Hasta otra divagación entre un apartado de la tesis y un pensamiento fragmentado…


miércoles, 3 de julio de 2013

Diarios de viaje. 3-07-2013




Hay días terribles en que uno piensa de pronto en acostarse lo más pronto posible antes de que la lista de infortunios se incremente. Ayer la computadora hizo huelga y la regadera (ducha para españolandia) estaba inundada.
Esto último claro debido a que a diferencia de nuestros baños en México en donde uno asume que el piso es una superficie más que se pisa con las chanclas, en el “primer mundo” es una especie de cápsula con un material transparente como de un plástico muy rígido, cubre un piso limpísimo en el que uno se baña descalzo, lo cual implica un aseo distinto que de no realizarse de la manera correcta puede desembocar en estragos e inundaciones poco higiénicas.
Cambiar de territorio implica -por lo regular- aceptar  que las cosas sean distintas y que uno debe re-aprender.
Ayer intentando salir corriendo temprano hacia la biblioteca como cada día,  me enfrenté a una máquina muerta, en México hubiera sido más fácil, le hablas al cuate informático y le pides que te eche la mano aunque sea de fiado ¿no?, la cosa es salir del paso, aquí no conoces a nadie y lo más terrorífico: cada paso que se da se cuenta en “temibles” euros.
Decidí mejor enfrentar la ducha y aprovechar a adelantar mi día de aseo programado por turnos de las áreas comunes del piso, así de paso me desenfurruñaba y pulía mi cuevita.
Aquí no hay tendederos externos, casi todo se tiene que resolver desde la lavadora –imprescindible de un hogar español- no hay tu lavadero y tu gran patio interno, aquí se tiende o en las ventanas donde todo mundo en la calle ve tus calzones o dentro de la casa en unos tendederos que son como un burro de planchar, pero ahí también todos los de la casa pueden contar hasta dónde llega y cuál es la calidad de tu arsenal de bragas y sostenes…en fin…fuera pudor.
Otra cosa bastante peculiar en que en las casas no hay licuadoras, es más todos ponen cara de: ¡what! cuando dices licuadora, así que uno tiene que salir corriendo a buscar uno de esos Multibraun para ir resolviendo eso de hacer salsitas, sopitas y un guisadito.
Aquí eso de llamar piso es porque casi todo mundo vive en edificios, a veces con portero y elevador, una puerta exterior que se abre con extrañas resoluciones eléctricas y por lo regular interfones.
Los trastes los suelen lavar en lavavajillas cosa que me sigue pareciendo complicado.
La basura se separa en cuatro tipos distintos vidrios, latas, orgánica e inorgánica. Siempre hay unos contendedores en casi cada cuadra identificados por colores y por la noche pasan los camiones que algunas veces sin necesidad de personal humano, mediante unas cuñas automáticas sube los contendores y vacía los desechos en el camión y otras con gente que sólo monta sobre las cuñas dichos contenedores.
Toda una dinámica por aprender.
Al final del día con todo el dolor de mi corazón y mi nariz, tuve que recordar a Giada diciéndonos a la argentina y a mí, su problema con la ducha es de pelos y resolverlo.
Lo de la computadora resultó ser que la batería ya dio lo que tenía que dar, así que descubrí -gracias a Toño el de Perú-, que la cosa ésta funciona sin batería, sólo que es de no moverla porque está de “mírame y no me toques”, así tendrá que ser hasta que los de la beca me depositen y pueda ir a pagar con euros las perlas de la virgen.

lunes, 1 de julio de 2013

Diarios de viaje. 01-07-2013




Madrid, España.

Vivir la idea del extranjero sigue siendo una asignatura en continuo aprendizaje.
En México siempre veía en los extraños, en el otro,  la idea del extranjero; pensar en que ahora yo misma lo soy no termina de entenderse en su totalidad.
Sólo voy andando sabiéndome distinta a la mayoría de los que caminan por las calles, aunque esta ciudad sea tan multicultural los menos se parecen a mí.
Insertarse en un país extraño conlleva a prácticas diversas, una muy frecuente y singular que se realiza incluso de forma inconsciente es crear burbujas en donde tu comunidad termina siendo un grupo de gentes que comparten: el ser extranjeros.
Y resulta entonces que cuando uno se da cuenta los amigos lugareños son en realidad verdaderamente contados.
Esta idea de reunirse con sus símiles con quienes se comparte la idea de ser ajenos parece ser el pegamento.
Vivir aquí comienza con la idea de que por los altos costos del hospedaje, el destino es la convivencia en un llamado “piso compartido” que consiste en tener una habitación para uno y precisamente compartir las áreas comunes (cocina, sala, comedor, y en ocasiones el baño).
Una habitación de éstas varía en función del país y la ciudad europea en la que se desee vivir. España es de los países de la Unión Europea que puede considerarse más económico, aun así los costos se elevan cuando hablamos de vivir en la capital y varían también en función de lo cercano o lejano del centro de la ciudad.
Así una habitación puede costar entre 200 euros el mes para las provincias y 300 a 500 euros en Madrid. Algunos precios incluyen los gastos y otros no. Así que para la percepción económica de un Latinoamericano es bastante dispar, obviamente me refiero a quienes viajan a Europa por estudios y con el presupuesto ajustado a una beca cotizada en pesos mexicanos, no así a los turistas fresas (pijos) que por supuesto no consideran esta opción.
El mundo del extranjero se teje comenzando por su piso, conviviendo con otros caminantes que transitan por aquí.
 El mío ubicado en la calle de Chinchilla a media cuadra de la Gran Vía –avenida principal de Madrid económicamente hablando-, comenzó albergándome a mí, a dos jóvenes y enamorados italianos de Milán (Giada y Alberto) que compartían una habitación, y  en la otra dos belgas, amigos entre sí que viajaron juntos a hacer prácticas de hostelería, uno de ascendencia  congolesa (Junior)  y el otro de marroquí (Bilal).
El piso de  Chinchilla comienza su historia con nosotros, ahhh lo olvidaba,  y el arrendatario, el señor Francisco, personaje de más de ochenta años, español “de pura cepa”, de Cuenca, escritor de un libro que siempre insta a comprar, católico de esos que el domingo van invariablemente a misa, que oye poco, y gusta de quedarse en la sala viendo tele, como portero del piso, personaje peculiar e imprescindible de la historia; el piso se cuenta -misteriosamente-, que antes fue muchas otras cosas, y su historia como albergue para estudiantes inicia con nosotros.
Así que un día que llamamos “nuestra navidad” llegaron los muebles,  una lámpara para la sala, un sofá cama, dos sillones, las cortinas para la habitación italiana y un escritorio para mí.
Con nuestras manos armamos todo y fue el punto de partida para hacer de ese espacio, nuestro pequeño hogar…
Han transcurrido ya tres meses, cada cumpleaños lo celebramos cenando juntos, cantando las distintas versiones de felicitación, compartiendo las comidas de nuestros países, presentándonos amigos y haciendo más grande el círculo de extranjería.
Se quedan inscritas en las paredes las historias.
Se han ido primero Bilal y Junior, llegó Mayra de Colombia a contarnos de Química y reaguetón, luego Julia la yanquie “buena onda” y Belén desde Argentina con su exótica profesión de neurocirujana.
Se han ido éste sábado los abuelos italianos y se llevaron consigo un pedazo de este hogar.  No pudimos evitarlo y lloramos casi todos cuando partieron.
Duelen más porque son los yayos, los nonnos, es curioso porque son incluso los más jóvenes, pero se cuenta que los italianos son así, generan familia en donde estén.
 Si alguien de la casa se tardaba, ya estaba Alberto preguntando dónde estaba y si estaba bien. Giada poniendo orden –como matriarca-, listas de aseo, compraban vasitos para todos, ponían un mantel y gritaban al entrar a la casa un ¡holaaaaaaaaaaaaaaaa!
Los abuelos se han ido para recordarnos de pronto que esto es transitorio, que estamos lejos de casa y que partir en fin de semana es una crueldad.