Me di la vuelta para que no te dieras cuenta de que esa mujer
había muerto a lado tuyo y seguí recuperando las cosas.
Un hombre con una cara muy dulce, parado junto al autobús lo
miraba sin parpadear.
-¿Estaba usted en el camión? –Le pregunté no sé por qué.
-Sí
-¿En qué asiento?
-En el uno. Justo atrás del conductor.
-Pero… ¡A usted no le pasó nada!
-No. De hecho fui de los primeros en salir junto con el
chofer, pero ya se fue…
-¿Cómo?
-Salimos juntos pero luego quise saber qué había pasado con
el muchacho que viajaba en el asiento de un lado mío, no lo veía por ninguna
parte, subí al camión a buscarlo y cuando volví a salir el chofer ya había
huido.
Me di la vuelta para seguir buscando lo que hiciera falta.
Otro hombre cruzó una mirada conmigo y no la despegó, caminó
hacia mí envuelto en una cobija y al encontrarme me extendió la mano, yo hice
lo mismo por inercia.
Tomé lo que me dio sin saber qué era y sin decirnos
absolutamente nada. Él siguió su camino
y no lo volví a ver.
Me llevó varios segundos configurar en mi cerebro la idea de lo
que era aquel objeto.
¿Una gasa? ¿De dónde la habrá tomado?
La abrí y me quedé pensando: ¿pero…dónde me la pongo si no
sé dónde está la herida de la cabeza, si no la veo?
Intenté sólo ponérmela en cualquier parte, pero sentí que no
tenía caso y se la puse en la frente a mi madre.
Ahí vi a los niños otra vez…
Temblaban y lloraban…
Una niña como de diez años junto a su hermanita de unos seis
que se le abrazaba, escondida entre el vestido.
Me acerqué a preguntarles
si estaban solas.
-Sí, –me dijo la más
grande-.
-Nuestra mamá está ahí dentro.
Seguí su dedo índice con un miedo que ya no encontraba
sitio.
Entonces la oí gritar.
Adentro… donde sólo quedaban los que no se podía hacer nada
por ellos.
Entonces la oí gritar junto con sus hijas viendo el autobús…