Intenté decirles que todo iba a estar bien. Que iban a
llegar pronto los bomberos a sacar a su
mamá de ahí.
Ellas supongo que querían creerme pero apenas podían superar los gritos de auxilio de su madre que
podían escucharse de entre los fierros retorcidos.
De entre lo que quedaba del autobús.
Un hombre trajo a un niño más adonde estábamos, tomado entre sus manos por su breve cintura
como un pequeño muñeco al que no quería romper y les dijo algo así como:
– ¡Aquí está! … ¿venía con ustedes no?
--Sí, es nuestro hermanito-contestó la mayor y lo unieron al
coro de sollozos.
Volví “a intentar” calmarlos mientras los hombres seguían
repartiendo las cosas que podían, apareció una “Barbie” de edición limitada, la
versión “accidentada y ensangrentada”; una chamarrita rosa y un conejo.
¿Un conejo?
-¿Esto es de ustedes también verdad? Preguntó otro hombre
que les entregó en brazos a un conejo blanco y tembloroso.
¿Tembloroso?
Sí, tembloroso porque… ¿no era de juguete?
-Lo abrazaron inmediatamente –supongo-, porque también como yo estaban intentando -en
un estado absolutamente desconocido-,
recoger los pedazos nuestros que estaban tirados por todos lados…
Recoger lo que quedaba de nosotros tirado por ahí y recuperar
lo perdido…lo perdido…
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