sábado, 23 de abril de 2016

Un domingo

Son las siete y media de la mañana, estoy trabajando desde las cuatro en transcribir conceptos dramáticos que se intentan alejar cada vez más del drama, pero siguen “mareando la perdiz” con el “ser o no ser” del drama.
Veo amanecer por la ventana, un pajarillo se posa sobre el balcón, pienso en lo bucólico del paisaje mientras otro pajarillo se azota contra el que estaba en el balcón y ambos caen al vacío, supongo que están bien, para eso tienen alas ¿no? para tener el privilegio de aventarse temerosos al vacío y poder levantar el vuelo antes de tocar con sus alas el piso.
Mi hija y su padre duermen en la habitación, espero escuchar el primer llantito de Alea para tener el pretexto de dejar el trabajo y volver a acurrucarme con ellos en la cama.
De vez en cuando estiro las piernas, pienso en que Fabiola está cruzando en un avión el charco, emprendiendo la aventura que yo misma hice hace cinco años, qué emoción.
También pienso en que es domingo y que quizá en otros años estaría apenas volviendo a casa, tropezando me arrastraría hasta mi cama para comenzar a dormir el domingo entero, qué nostalgia y qué alivio no tener que despertar otra vez a la resaca.
(Falsa alarma, apagué la luz del escritorio y tomé el último texto de Pavis para intentar leerlo en la cama junto a ella, pero no era cierto, al llegar estaba de nuevo quieta, pegada a su padre como una pequeña joroba de quita y pon, oportunidad perdida de volver al útero)
Es domingo.
Para desestresarme de tanta teoría teatral me meto al feisbuc y leo que Arit a quien no conozco personalmente, pero virtualmente quiero creer que un poco, está harta de estar ahí, en el feis.
Me gustan sus publicaciones, aguerridas, se enoja, lo dice, trata de ser “buena” en los términos que nos enseñaron, en los que sabemos y me atrevo a hablar en plural porque, aunque la imagino mucho más joven que yo, la leo compañera generacional, todavía hijas de ese pensamiento de hippie trasnochado al que no hemos sabido despedir.
Perdóname Arit por incluirte en mis asquerosas generalizaciones, es sólo que te leo y cuando lo hago pienso que no estamos solos, que hay otros como uno que todavía cree -a la antigüita- que todavía hay esperanza, que esas horribles teorías de la conspiración no son ciertas y que el futuro depende de nosotros.
Y quiero creerlo, me urge creerlo, porque sé que también compartimos el tener hijos, junto a la angustia de un futuro que nos excede por mucho.
Y no tenemos más que eso, la fuerza de nuestra palabra, de nuestras pequeñas batallas virtuales y burguesas y por lo menos ahí, que sepas que no estás sola, que somos muchas y que, aunque mañana ya no compartamos ideas, hoy nos encontramos en tu noche de sábado y mi mañana de domingo para leernos, para sabernos, para decir que un día, una y otra “caminó detrás de sus palabras”.
Es domingo aquí ya y yo tengo que volver a las estructuras dramáticas o a las pequeñas manos de Alea…


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