-Soy yo Truchita.
-Sí
-Concéntrate en lo que te voy a decir. Antes que todo
estamos bien, tuvimos un accidente, pero estamos bien, mi mamá sólo tiene una
lastimada en la pierna. Ponle crédito a mi celular y trata de
ubicar el lugar del accidente, tienes que estar tranquila porque vas a avisarle
a la familia. No sé hasta qué hora voy a poder marcarte, tengo que colgar.
-Sí, está bien, sí.
Guardé el celular en la mochila, los gritos de fondo eran cada vez
más desesperados.
-¡Ayúdenme por favor, no puedo salir de aquí, ayúdenme! Y no puedo menos que recordar todas las series de médicos y
las películas de rescate, nadie podrá hacer nada hasta que vengan los bomberos
y puedan abrir los fierros, mientras sólo podemos escucharlos.
¡Sólo podemos escucharlos!
Mi madre sigue tentaleando por debajo de su asiento improvisado, rastreando con las manos su bolsa en el piso, como en automático.
-No busques más mamita, no estamos en nuestro lugar., no busques.
-¿No?
-No.
Los hombres han comenzado a reaccionar, toman los martillos, tapo los ojos de mi madre y cierro los míos, uno, dos, tres martillazos, las ventanas no se vencen, alguien grita:
-¡Con los pies! ¡Dale una patada! ¡Con los pieeeeeeeeeees!
Por fin se ha vencido.
-Mamá vamos a esperar ¿viste? No vamos a ser las primeras
porque taparíamos el paso y debemos dejar salir primero a los que sí pueden
caminar. ¡Aguanta! ¡Aguanta ya vamos a salir!
No recuerdo haber visto a la gente salir, ni el tiempo
transcurrido, no recuerdo más que ver a niños pasando de brazo en brazo hasta
las salidas improvisadas por las ventanas de cada lado del autobús, las cadenas
de siluetas humanas rescatando, rescatando, rescatando…
Una pipa fue colocada de un lado para poner al alcance de
los heridos su escalera lateral.
¿Y los hombres?
Tendiéndose la mano…
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