domingo, 17 de febrero de 2013

Anecdotario parte no. 5




Muchos habían salido ya y le pedí a aquellos hombres sin rostro en la memoria  que me ayudaran a sacar del autobús a mi madre, entre varios la cargaron y la vi salir por una ventana. No quise perder tiempo y me apresuré a intentar escapar por el lado donde estaba la escalera de la pipa.

Ahora a la distancia los recuerdos son cada vez más confusos y uno no sabe la razón por la que reaccionó de una u otra manera, uno actúa como por la inercia de un cerebro que trabaja como caballo desbocado y en ocasiones las cosas más obvias resultan inadvertidas.

Antes de salir vi el chal rosa de mi madre y lo jalé pensando que ella allá fuera tendría frío, me envolví en él para que no me estorbara y  sin recordar mi pánico a las alturas me aferré a la escalera.

Al llegar hasta arriba me pregunté: ¿Dónde demonios está la otra parte de la escalera?
¡Ay Jenny!  ¡Jenny! ¡Jenny!

Desde arriba contemplé por un momento el escenario, heridos por todos lados y gente que se había bajado de algunos carros para socorrerlos. Nadie había cerca de mí así que sin pensarlo mucho grité:

-¿Por dónde? ¿Por dónde se baja?

Muchos voltearon y me vieron extrañados gritar en lo alto de la pipa, pensando seguramente:¿Qué hace esa loca allá arriba?
-¡Ahí  mismo! ¡Baje por la misma escalera! Contestaron.

No era tiempo para risas pero seguramente que en otro contexto debía ser tan gracioso como estúpido. Miré la escalera pensando: ¡Por la misma escalera claro! ¡Pero qué obvio! ¿Por qué fui hacia arriba en lugar de…? ¡Cómo no pude verlo antes!

Comencé a descender pero el espacio era estrecho, en algún momento la mochila se atoró con algo, tuve que buscar desengancharme rápido yo sola, mi madre estaba  del otro lado y todos muy ocupados en verdaderas complicaciones.

Corrí y la vi recargada en la contención, viendo impresionada cómo había quedado el autobús. La imagen externa era escalofriante, contemplarlo intentaba a organizar las piezas del rompecabezas, buscando entender qué había pasado.

Me apresuré a cubrirla con su chal y vi su rostro ensangrentado, pidió que la sentaran y una vez más aquellos hombres me ayudaron;  yo estaba ya encorvada por el dolor de espalda y cuello.

Habíamos salido y pensé que lo demás sería ya relativamente más fácil…




El frío era terrible,  las primeras luces de la mañana comenzaban a teñir de colores el cielo y nos dejaban ver con más claridad un despertar que no había terminado con la pesadilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario