Muchos habían salido ya y le pedí a aquellos hombres sin
rostro en la memoria que me ayudaran a
sacar del autobús a mi madre, entre varios la cargaron y la vi salir por una
ventana. No quise perder tiempo y me apresuré a intentar escapar por el lado
donde estaba la escalera de la pipa.
Ahora a la distancia los recuerdos son cada vez más confusos
y uno no sabe la razón por la que reaccionó de una u otra manera, uno actúa
como por la inercia de un cerebro que trabaja como caballo desbocado y en ocasiones
las cosas más obvias resultan inadvertidas.
Antes de salir vi el chal rosa de mi madre y lo jalé
pensando que ella allá fuera tendría frío, me envolví en él para que no me
estorbara y sin recordar mi pánico a las
alturas me aferré a la escalera.
Al llegar hasta arriba me pregunté: ¿Dónde demonios está la
otra parte de la escalera?
¡Ay Jenny! ¡Jenny!
¡Jenny!
Desde arriba contemplé por un momento el escenario, heridos
por todos lados y gente que se había bajado de algunos carros para socorrerlos.
Nadie había cerca de mí así que sin pensarlo mucho grité:
-¿Por dónde? ¿Por dónde se baja?
Muchos voltearon y me vieron extrañados gritar en lo alto de
la pipa, pensando seguramente:¿Qué hace esa loca allá arriba?
-¡Ahí mismo! ¡Baje
por la misma escalera! Contestaron.
No era tiempo para risas pero seguramente que en otro
contexto debía ser tan gracioso como estúpido. Miré la escalera pensando: ¡Por
la misma escalera claro! ¡Pero qué obvio! ¿Por qué fui hacia arriba en lugar de…?
¡Cómo no pude verlo antes!
Comencé a descender pero el espacio era estrecho, en algún
momento la mochila se atoró con algo, tuve que buscar desengancharme rápido yo
sola, mi madre estaba del otro lado y
todos muy ocupados en verdaderas complicaciones.
Corrí y la vi recargada en la contención, viendo impresionada
cómo había quedado el autobús. La imagen externa era escalofriante,
contemplarlo intentaba a organizar las piezas del rompecabezas, buscando
entender qué había pasado.
Me apresuré a cubrirla con su chal y vi su rostro
ensangrentado, pidió que la sentaran y una vez más aquellos hombres me
ayudaron; yo estaba ya encorvada por el
dolor de espalda y cuello.
Habíamos salido y pensé que lo demás sería ya relativamente
más fácil…
El frío era terrible, las primeras luces de la mañana comenzaban a
teñir de colores el cielo y nos dejaban ver con más claridad un despertar que
no había terminado con la pesadilla.
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